Laus Hipaniae

Hispania cierra los confines de Europa y también será el final de esta obra.

Los antiguos la llamaron primero Hiberia, por el río Hibero, después Hispania, por Híspalo. Situada entre África y Galia, está limitada por el estrecho del Océano y por los montes Pirineos. Si bien es más pequeña que ambas tierras, es también más fértil que una y otra; pues ni se calienta, como África, por un sol abrasador, ni, como Galia, está azotada por los continuos vientos, sino que, en medio de una y otra, de una parte por su moderado calor, de otra por sus lluvias bienhechoras y oportunas es fecunda en toda clase de frutos, hasta el punto que por la abundancia de todos sus productos no sólo provee a sus propios habitantes, sino también a Italia y a la ciudad de Roma.

De aquí, en efecto, no sólo sale gran cantidad de trigo, sino también de vino, de miel y de aceite. No sólo ocupa un puesto importante el mineral de hierro, sino también sus rebaños de veloces caballos. Y no sólo hay que elogiar los productos de la superficie de la tierra, sino también la abundante riqueza de sus minerales escondidos. Además hay gran cantidad de lino y esparto y ninguna tierra es sin duda más rica en minio. En ella el curso de los ríos no es torrencial y arrollador, de modo que causen perjuicios, sino que es lento y riegan las viñas y los campos; además, en los estuarios del Océano son abundantes en peces, y los más también ricos en oro, que arrastran sus arenas. Solamente está unida a la Galia por la cresta de los montes Pirineos; por todas las demás partes está rodeada en círculo por el mar.

La forma del país es casi cuadrada, si no fuera porque, al aproximarse las costas del mar, se estrecha en el Pirineo. La extensión de los montes Pirineos es de seiscientos mil pasos. La salubridad de su clima es igual en toda Hispania, porque el aire que se respira nunca está infectado por la espesa niebla de los pantanos. A esto se añaden las brisas marinas, que soplan continuamente hacia todas partes y, penetrando por toda la provincia, limpian el aire de la tierra y proporcionan a sus hombres una extraordinaria salud.

El cuerpo de sus hombres está preparado para el hambre y la fatiga y su espíritu para la muerte. Todos son de una dura y rigurosa sobriedad. Prefieren la guerra a la inactividad y, si les falta un enemigo fuera, lo buscan en su propia tierra. A menudo mueren a causa de las torturas por su silencio sobre las confidencias a ellos hechas: hasta tal punto para ellos es más fuerte su preocupación por el secreto que por la vida. Se elogia también la firmeza de aquel esclavo que en la guerra púnica, habiendo vengado a su amo, empezó a reír en medio de las torturas y venció la crueldad de los verdugos con su serena alegría. Es un pueblo de viva agilidad y espíritu inquieto y para la mayoría son más queridos sus caballos de guerra y sus armas que su propia sangre. No preparan ningún festín para los días de fiesta. Después de la segunda guerra púnica aprendieron de los romanos a bañarse con agua caliente.

Cnaeus Pompeius Trogus. S.I a.c.

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